domingo, 24 de marzo de 2013

VOLVER


Volver,
hay muchas maneras de volver.
Volver a un lugar.
Volver a soñar.
Volver con  alguien.
Volver a encontrar.
Volver a valorar.
Volver a estudiar.
Volver a sentir.
Volver a saborear.
Volver a mirar.
Volver a amar.
Volver a llorar.
Volver a la familia.
Volver a pensar.
Volver a vivir.
Volver a pasar.
Volver a querer volver.
Volver, volver,
 nunca  volver atrás.
Volver para no volver jamás.
Volver para hablar.
Volver para luchar.
Volver para volver a empezar.
Volver para encontrar
que aquello que dejaste ya no sigue igual.
Volver sabiendo que es mejor volver.
Volver, volver y no pensarlo más. 

sábado, 10 de noviembre de 2012

Amor y locura



En una noche fría,
entre nuestro amor y  mi locura,
sentí que no sentía
mi vida con soltura,
vagando por la noche insegura.

Sola y sin salida,
caída en dolor y amargura,
sentí no ser sentida.
¡Ay amor! ¡Ay locura!
¡Ay mi vida que no encuentra cura!

agosto 2009

viernes, 27 de abril de 2012

Verborrea



En un día como hoy decidí que no podía dejar de ser quién soy. Decidí, ademas, que la manera en que elija contar mi historia no la voy a pensar, voy a dejar que fluya.

No me gusta que me pregunten más de una vez las cosas y luego que cuando conteste me respondan mal. Aviso, por si acaso viene al caso de que a ustedes se les ocurra dar su opinión. No es que no la necesite, simplemente no me importa.

Mi historia, es muy sencilla: nací, crecí, viví y hoy estoy aquí, más enojada que nunca. Más aún enfurecida. La razón, me imagino que es el cúmulo de las cosas. De repente me dio por llorar, de allí se desprendió una tristeza tenue que desembocó en la angustia, por lo cual se coló el enojo, que sólo se quedó por la frustración de haber tenido que atravesar aquella estúpida cadena de acontecimientos y sentimientos que de la nada vinieron a desdibujar mi mente.

Espero una llamada? No. Me gustaría querer esperar una llamada? Me parecería macro estúpido pensar si algo me gustaría que me gustaría que me pase.
Me encantaría decir, “Bueno ahora basta de mí, contame de vos”. Es que no es una opción porque esto se trata de mí, del reflejo que no pesco y no encuentro en el vidrio roto de mi cuarto que a causa de vejez dejó de ser espejo. Es, sería o podría ser mejor, de repente, dejar de seguir siendo siendo y dejar que las cosas fluyan fluyendo yendo, a otro lado, quizás al suelo y que dejen de molestar molestando molesto. 

martes, 14 de febrero de 2012

Poemas

Lo que escribes

me gusta que escribas

me gusta lo que escribes

me gusta cómo lo escribes


me gusta que leas

no me importa cuánto leas

sólo me gusta que te guste


aunque quizás me guste lo

que escribas porque vos

leas lo mucho que te gusta

y una cosa tiene que ver

con la otra

o quizás nada tenga que ver con nada

y da lo mismo si me gusta o no me gusta.

Ayer

ayer… me pareció

verte diferente

sentirte sin tenerte

así algo como una

vaga ilusión

ayer… desde ese momento

han pasado varios

instantes varias interrupciones

de lo que yo debo ser

ayer… no sé qué recuerdo

o si lo que recuerdo

fue un sueño que

quise tener

Divio 1

tus creaciones

son composiciones

innovaciones en el mundo inteligible

las letras

las mezclas

y las pones

inventas lo que sale

e inundas mi alma

de pensamiento

y sentimiento

que me azota.

Divio 2

de primera vista

no me atrapa

pero una mirada

cruzada

me deja desvelada


Divio 3

sos una gotita

una gotita

que no endulza

sino que por sí sola

es gota hasta

que deja de serlo


Divio 4

nunca digas nunca

siempre permite el siempre

porque algún día ese

nunca quizás se convierta en siempre

o simplemente en un nunca nunca siempre

lunes, 5 de septiembre de 2011

Sed






Buenos Aires era un caos, no muy distinto a cualquier otro día, autos, taxis, humo de los bondis, tierra en el aire, ruido, deambulantes, charcos, animales desubicados, vendedores insistentes, caras pegajosas, sudores ajenos, revisteros pornográficos, gente hablando, gente fumando, gente corriendo, gente tomando café, gente comiendo, gente, gente, gente, mucha gente. Jimena era un transeúnte más caminando por las veredas de la Avenida Santa Fe. Había salido del trabajo, sin ganas de volver a su casa y con la urgencia de algo diferente. A su derecha estaba el Ateneo, nunca había entrado, le gustaba leer, pero siempre pensó que los libros eran más caros ahí, ella los compraba en una librería sin nombre que quedaba a la vuelta de su casa. A su izquierda estaba el caos de la ciudad y la calle congestionada, su colectivo no llegaba, decidió entrar en la librería a chusmear.


Cuando entró se encontró con miles de libros a su disposición, se dirigió a la parte de atrás y de repente se le abrieron los ojos como se le abrirían a una niña que se encuentra con que la Barbie con la que juega se ha convertido en persona y ahora es más grande que ella. No lo podía creer, era de los lugares más lindos que había visitó jamás. Era un teatro convertido en librería, lo mejor de los dos mundos, libros y teatro, arte y literatura, luz, mucha luz y en ella un sentimiento de paz y alegría muy distinto, y que jamás había tenido.


Jimena empezó a caminar por los anaqueles cual fantasma, se sentía como uno también, así como el Fantasma de la Opera, nadie la podía ver, nadie sabía que ella estaba allí. De vez en cuando paraba y escogía un libro, ella pensaba que la gente vería el libro flotando y eso le daba gracia, se reía un poquito, porque en realidad sabía que se hacía un cuento en su cabeza, estaba jugando, así era su mundo, se imaginaba cosas y se divertía.

Le encantaban los libros, siempre había querido ser escritora, capaz que ahora lo haría, escribiría, para algún día ser un personaje de esta librería. La vida se le había escurrido, estudió una carrera que no le gustaba, pero que le aseguraba un trabajo. ¿Cómo iba a estudiar para ser escritora? Eso hubiera sido una burrada. Ya tenía treinta y cinco, seguía soltera, se manejaba en un mundo de hombres, no había tiempo para salir y divertirse, con tanta competencia debería mantenerse trabajando sin respiro para llegar a estar on top. Pero ahora veía que podría darse esa oportunidad, hacer lo que ella realmente quería, escribir, crear historias, sumergirse en mundos alternos.

Allí, frente a ella había muchos libros, muchas historias. Agarró unos cuantos libros y se los llevó a ver si encontraba un lugar para ojearlos, cuando se percató de que al fondo había un café, que por suerte no estaba muy lleno, y fue a sentarse en una mesa. Le parecía admirable y de una creatividad exquisita poner un café en el escenario del antiguo teatro. Desde donde estaba podía ver la cuerda del telón y los botones que en otro tiempo se habrán usado para hacer grandes espectáculos. Estar en ese escenario la hacía sentir importante, con ganas de llevarse el mundo por delante. Con una sinfonía que le emanaba de los poros, ella sentía no sólo que hoy era un día especial, sino que marcaba en comienzo de algo nuevo.

Se pidió unas medialunas y un té, en otro momento habría pedido solo un vaso de agua porque nunca gastaba de más, en este café las cosas eran más caras, pero hoy no le importaba. Todavía se sentía invisible, pero ahora con el deseo de algún día dejar de serlo al convertirse en uno de los personajes importantes que desfilaban por las butacas de Ateneo. Quería dejar un legado y que quede plasmado en la 1860 de la Avenida Santa Fe.


Se puso a pensar de lo que escribiría, miraba el ambiente, miraba a la gente, miraba las tazas que llevaba la mesera de acá para allá, pero nada le venía a la mente. Miraba los libros, miraba el piso, miraba sus dedos, tan blancos y viejos, miraba las carteras, el telón, los botones, el telón y el techo. Inventaba nombres, agarraba de los que tenía en su memoria, pensaba en su perro, en la vecina, en su padre, en la niña que dejó caer su yoyo, en la camarera, en el muchacho que tenía al frente, pero no se le ocurrían buenas ideas. Se empezó a sentir perdida, no sabía lo que hacía. De repente se sintió vacía, estaba vacía, no se conocía, no sabía cómo seguir, a donde ir, cómo escribir, cómo hablar, pedir ayuda, y se dio cuenta que su vida carecía de algo, aunque en verdad carecía de muchas cosas y ella no lo sabía.


Su mirada desesperada buscaba por todos los rincones para ver si algo la llamaba, cuando vio un piano de cola sublime, elegante e imponente, y de repente se acordó que al final nunca llegó a aprender a tocarlo. Cuando era adolescente había ido a unas clases, pero al cabo de un tiempo se dejó dominar por la dificultad y terminó por dejarlo. Si había dejado el piano, pensó, debe haber sido porque no tenía las destrezas de un artista y ahora quería escribir, no podría, no sabría cómo hacerlo, no sabía, no sabía, no sabía.


De números sí que conocía, entonces se quedaría con los números, con su trabajo demandante, con su perro, con sus plantas, con sus tés en la cocina, con sus libros de una librería sin nombre, con ser fantasma, con la competencia, con las uñas sin pintar, sin conocer los rascacielos, sin andar de la mano de otro, sin oler las flores que no sean las de una funeraria, con su vida igual todos los días, sin cambiar, igual todos los días, sin mirara atrás, ni a los lados, ni arriba, su vida seguiría igual todos los días por el resto de sus días.


Jimena miró hacia adentro, buscó en todos los recovecos de su ser una razón para ignorar esos sentimientos, pero en vez de calmarse empezó a escuchar la voz de su padre que le decía que lo que estaba haciendo era una barbaridad, que cómo se le ocurriría dejarlo todo por una estupidez como esa, que se moriría de hambre, que la vida había que vivirla sin huirle a los compromisos, que la habían criado para eso, para ser exitosa, para tener más de lo que sus padres jamás pudieron ofrecerle, que les debía al menos eso, una carrera bien hecha, seriedad ante las cosas y no tonterías que no la llevarían a ningún lado, porque en el fondo para escribir, para ser un personaje más de los ánqueles del Ateneo había que tener talento.

Fue imposible, mientras más buscaba, menos razones encontraba para quedarse allí sentada. La incertidumbre, la cobardía y la ansiedad empezaron a llenarle los vacíos. El hambre se le fue, la sed ni se le diga, por lo que ni lo pensó mucho, llamó a la mesera, pagó, tomo a penas un sorbo más de su té, se levantó, agarro su cartera y casi que se fue corriendo. Se fue y dejó todo en la mesa, ni siquiera se compró un libro. Nunca más camino por la Avenida Santa Fe a la altura 1800, evitando no pasar por el Ateneo y enfrentarse con sus deseos, sus anhelos, con su impotencia y la realidad de su vida. Siguió trabajando mucho, día y noche, hasta que llegó a ser la presidenta de la junta de directivos de la compañía para la que trabajaba. Jimena siguió siempre igual, sin nadie a su lado más que su perro, las llaves de su apartamento y sus libros baratos.


Años más tarde, un día de lluvia e inundaciones, Jimena murió en un accidente de tránsito nefasto, y cómo había sido una persona importante en su ambiente y el accidente había sido una tragedia, apareció en la primera plana del diario. Jimena nunca se sacaba fotos, la que tenían en el registro era de cuando la nombraron presidenta de la junta de directivos, justo después de que se había dado cuenta que nunca sería escritora, de que en su mente había fracasado como persona, y esa fue la que pusieron en el diario.


Ese mismo día en el Ateneo había gente como de costumbre, los aficionados al arte y a las letras, y entre ellos había un hombre, ya mayor, que estaba tomando un café y tenía un cuaderno y una lapicera en la mesa. La gente lo saludaba y le pedía que les firmara sus libros. En uno de esos casos, la chica que se le acercó dejó el diario encima de la mesa mientras el firmaba su libro, y como la primera plana del diario siempre era llamativa, el señor la miró y soltó un “Noooo”. Se puso pálido como una hoja de computadora acabada de salir de la fábrica y se quedó así por unos minutos hasta que logró recuperar su compostura. La chica que le pidió que le firmara el libro se sentó al lado de él y espero hasta que se recupera.

-¿Está bien?


-Sí, sí. Perdoname, es que me pareció ver un fantasma.


-¿Enserio?


-Bueno no, no era un fantasma, es la foto de una chica que vi una vez.


-¡Ah bueno! ¿Le pido agua?


-Sí, por favor. Gracias.


La chica que le pedía su autógrafo no le pregunto más, por respeto, pues se veía que el señor lo que quería era llorar. Y lo que pasó es que a este señor sí le pareció ver un fantasma, que hace mucho tiempo había visto en ese café, justo en la mesa en la que él estaba sentado.


Hace muchos años este señor, que se llamaba Juan, era un joven de treinta y siete años, un escritor que estaba enprendiendo su carrera, escribía poemas y cuentos, y aunque no mucha gente lo conocía, tenía a algunas personas que fielmente le seguían el rastro. Una tarde Juan fue a su lugar favorito, el Ateneo, la librería mas cachendosa y más hermosa que jamás había visto. Era su lugar de encuentro consigo mismo, en el café se sentaba y se ponía a escribir.


Aquella tarde, mientras estaba sentado tomando su café, todavía no había empezado a escribir, cuando ve a una chica con una pila de libros sentarse en la mesa frente a él. Había algo en esa chica que le llamo la atención, le recordaba a las sirenas que él se imaginaba de chico cuando leía los cuentos de piratas. Una chica con una mirada perdida, de ojos verdes, con una melena negra larga que le bailaba entre los hombros y en el pecho. Le parecía ver a una diosa. Se quedo observandola un rato, ella no se daba cuenta, y él intentaba disimular para no espantarla, pero no podía dejar de mirarla. Estuvo así otro rato más, le daban ganas de hablarle, de sentarse al lado de ella y saber de su vida, de sus vidas, de hacer una vida junto a ella. Pero la mirada de la chica se empezo a desfigurar, él quería socorrerla, pero le daba miedo imponerse en sus pensamientos.


Decidió esperar a que se calmara o le mejorara la cara para entonces acercarse a ella y tocarle la mano y decirle todo lo que estaba sintiendo. Pero la chica se levanto sin dar ningún aviso y él no se movió, ella empezó a irse y él no se levantaba. Cuando se despertó de su trance y de su inercia ya era muy tarde. La chica se había escurrido entre la gente de la librería tan rápido como sus pies se lo permitieron y el no la pudo alcanzar. El volvió a su mesa, y vio que en la mesa donde había estado ella todavía estaba la pila de libros y una servilleta con palabras tachadas y un mamarracho, escrito en la servilleta estaba el nombre Victoria.


El estaba desolado, no podía entender cómo no le había dirigido la palabra, cómo no se había levantado a socorrerla, a abrazarla, a buscarla, a impedirle que se vaya. Cómo había dejado que su diosa marina le pasará por el lado sin llevarse consigo al menos un poco de su aliento. Compungido, decepcionado, triste y amargado, Juan buscó reanimarse con la idea de que la volvería a ver, en ese mismo lugar, en esa misma semana o la otra, porque él sabía que quien entraba al Ateneo siempre volvía, porque era un lugar para volver. Sin embargo, él no sabía lo que le había pasado a esa chica, no sabía que ella se fue desesperada, loca de amargura y que nunca, nunca, nunca volvería.


Con la esperanza de que algún día se la encontraría tomando un té, Juan volvía todos los días al Ateneo, y mientras esperaba empezó a escribir su primer novela, acerca de una chica que una vez vio en un café y que le arrebato la razón para no devolvérsela jamás. Y siguió escribiendo, todos los días escribía en el Ateneo, intentaba de alguna manera hacer que ella volviera. Y así sus escritos se convirtieron en novelas, 50 novelas, todas sobre aquella mujer que vio una vez y que su torpeza y su cobardía la dejaron huir, fugarse, escaparse, desaparecer y desertar aquella librería para nunca volverla a pisar. Intentando encontrarla por alguna parte del mundo, la hizo reina, princesa, hormiga y criada, y sin saberlo Jimena se estaba convirtiendo en lo que siempre había querido y más, pues ahora no era un personaje sino muchos de los personajes que desfilaban por los anaqueles de la 1860 de la Avenida Santa Fe.

Todo lo que él escribía se publicó y se hizo famoso en el mundo entero. Él, Juan Boscado, el escritor del Ateneo, logró obtener reconocimiento internacional con las historias de amor que Jimena le inspiraba. Y así relato por primera vez ésta historia a la chica que le pedía su autógrafo.


-Wow.


-Sí, viste, esa es Victoria. Ella es mi Laura, mi Marta, mi Beatriz. Ella era la razón por la que escribí todas las novelas que escribí, a ella le debo mi vida y mis ganas de vivir. Y ahora la veo por segunda vez, es ella aquí.


-Ah, wow…pero acá dice que se llama Jimena Dominguez.


-Sí, viste, Jimena, y le queda mejor, es más lindo. Es más lindo porque ahora lo sé. Gracias.


Y Juan Boscado firmo un autografó más y se fue a su casa. Esa noche cuando lo venció el cansancio soñó por última vez, soñó que estaba en el Ateneo y que veía a Jimena por primera vez.

viernes, 19 de agosto de 2011

Estirpe




corre, escurre, viaja
por mis cañas bajan
glóbulos
cual lobos
ululan
bum chiqui bum bum
marca el tiempo
sugiere contento
guía la urgencia
vigila la existencia
contamina la materia
engaña al miembro
vierte causantes
disemina bacilos
causa sepelios
traduce la inquietud del cuerpo
pero deja que la vida
bum chiqui bum bum
porque es subsistencia
duración
supervivencia
energía
fuerza
y existencia
bum chiqui bum bum

lunes, 8 de agosto de 2011

Lo que está escrito no se olvida





Diez cigarrillos en el cenicero. Diez son las noches que he pasado lejos de nuestra alcoba.
Muchos son los días en que la espera del tin tin del teléfono me vuelve loca.
Nada, absolutamente nada me inspira a buscar una respuesta de porqué no me llamas y arreglamos esto ahora.
El pasado nada apremia.
Los sentimientos y las rapsodias ya poco dejan.
Vos me dijiste una cosa,
hoy es el rufián de las mañanas.
Sola como un momento pasado absurdo.
Sola, con un tesoro que no es mío ni es tuyo.
Sola, con la cuesta a tientas.
Tengo que mover espacios, sacar ideas, despejar mis sobras.
Si bien quiero arreglar y apremiar los hechos, tus palabras se han taladrado como espinas sobre mi vientre y hoy siento que vivo a deshoras.

Me levanté así, con todas esas ideas pasando por mi mente. Me duele la cabeza y no quiero más que tomarme un café y olvidarme de esta pena.
Ayer te dije que no sabía si te amaba, tú me maldijiste, me gritaste y cortaste el rostro de mi esencia marchita en mil pedazos.
Hoy me levanto teniendo que bregar con todo eso, teniendo que buscar las fuerzas para vivir el día como si no sintiera todo lo que siento.

Frente a mi mesa, frente a mi escritorio, frente a mi labor observo y no me acuerdo.
Por un momento vivo mi oficio como si fuera todo lo que conservo para no pensar que en el fondo ya no te tengo.
Hace tiempo que te perdí, quizás mi maldición me llevó a esto.
Fue rápido, tan rápido que no está claro como se dijeron tantas cosas en tan poco tiempo.
Me llama Marta. Lucía no contesta. Me llama Juan para ver si terminé mi trabajo, Lucía está ausente. Llama Pablo, por fin llama Pablo para decirme que yo Lucía de la Huerta, tengo que viajar al correo a buscar un paquete que no tiene nombre, que no tiene lugar de vuelta.

Cuando bebo me pongo creativa, por eso ahora Lucía bebe, se toma una copa de vino y olvidará su trabajo, su oficio, el paquete y todo lo que le recuerde a Marcelo.
Marcelo tiene celos, por eso discute, por eso me dice y me dijo que yo le miento. Que la distancia engaña, que lo que fue no puede ser porque Lucía desdibuja todo lo que es cierto.
Lucía que existe porque existe y no porque quiera, porque es lo que tengo. Y Lucía es como Marta, es como María, como Candelaria. Todo lo que parece ser es lo que ves hoy, lo que desde ahora ya no cambia.